Carta Semanal del Arzobispo de Sevilla
Carta pastoral ‘JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y EL REFUGIADO ’
15, I, 2017
Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos en este domingo la Jornada mundial del emigrante y el refugiado. Me dirijo especialmente a vosotros, queridos inmigrantes. Hoy la Iglesia nos invita a escuchar vuestra voz y a acogeros fraternalmente. Sois para nosotros una bendición, en primer lugar para la comunidad cristiana, y también para toda la sociedad.
Con las maletas de vuestro viaje nos habéis traído una cultura que nos enriquece. Acogiéndoos con corazón abierto, nuestros ojos se llenan de los rasgos diversos de vuestros rostros, y nuestro aire de palabras pronunciadas en decenas de idiomas. Gracias a vosotros nuestra Archidiócesis se torna un nuevo Pentecostés y se escucha hablar de Dios en todos los idiomas. Sé que en las Misas del domingo de nuestras parroquias participáis fieles provenientes de todos los países hermanos de Latinoamérica: ecuatorianos y nicaragüenses, dominicanos y peruanos, bolivianos y argentinos… También de diversos países de Asia, chinos y filipinos, de África, congoleños, keniatas, etc., y del resto de Europa.
La Iglesia en Sevilla necesita de vosotros para rejuvenecerse y para enriquecer nuestras comunidades con vuestra fe sencilla y alegre, enraizada en la piedad popular. Aquí no sobra nadie. Todos somos necesarios. Aquí nadie es inmigrante. Todos somos hermanos porque Dios es Padre de todos, de modo que cuando entréis por las puertas de la parroquia tenéis que sentiros como cuando entráis por la puerta de la iglesia de vuestra ciudad. Me agrada que en algunas parroquias hayáis colocado imágenes de vuestra devoción: la Virgen de Caacupé, de Alta Gracia, de Guadalupe, el Cristo de los Milagros, etc.
Acabamos de celebrar la Navidad, y hemos recordado cómo la Virgen María alumbró al Salvador en un establo. Conocemos bien las dificultades de la Sagrada Familia ya en los primeros momentos de la vida de Jesús. Muy pronto tuvo que huir de su país ante la violencia asesina de Herodes, viviendo durante años como inmigrante en Egipto. Nadie como vosotros conoce la angustia y la inseguridad de vivir fuera del propio pueblo en una cultura desconocida, sin el apoyo y el calor de los vuestros. Contemplando a la Sagrada Familia inmigrante los cristianos no podemos sino acogeros con afecto y especial cariño.
Os pido perdón, en nombre de la comunidad cristiana, por las veces en que entre nosotros se ha traslucido falta de caridad o, incluso, xenofobia. El corazón de los cristianos algunas veces se contagia con actitudes mundanas como el rechazo de lo distinto, o la valoración de las situaciones sociales sólo desde una óptica económica. La Iglesia de Dios en Sevilla tiene que crecer en acogida creativa a los inmigrantes que habéis venido a nosotros.
Os recuerdo el mensaje que el papa Francisco, ha escrito para esta jornada. En él nos habla de los niños que tienen que salir de su tierra y que son víctimas especialmente vulnerables y sin voz: Deseo llamar la atención –nos dice- sobre la realidad de los emigrantes menores de edad, especialmente los que están solos, instando a todos a hacerse cargo de los niños, que se encuentran desprotegidos.
Muchos niños se ven privados en su propia patria de sus derechos elementales: alimentación, agua potable, vivir en un ambiente familiar sano, educación adecuada, jugar y ser, en definitiva, niños. Cuando emigran se convierten en el grupo más vulnerable de los inmigrantes, pues acaban fácilmente en las garras de lo más bajo de la degradación humana. Entonces, “la ilegalidad y la violencia queman en un instante el futuro de muchos inocentes… La carrera desenfrenada hacia un enriquecimiento rápido y fácil lleva consigo también el aumento de plagas monstruosas como el tráfico de niños, la explotación y el abuso de menores y, en general, la privación de los derechos propios de la niñez”.
La respuesta cristiana a esta realidad no puede ser otra que la de la Ley de Dios: «No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto» (Ex 22,20); «Amaréis al forastero, porque forasteros fuisteis en Egipto» (Dt 10,19).
Los flujos migratorios son un signo de los tiempos en nuestros días, un signo que habla de la acción providencial de Dios en la historia con vistas a la comunión universal. Por ello denuncio como inhumana y profundamente insolidaria la actitud de los países europeos ante la crisis de refugiados de Oriente Medio que huyen de una guerra que amenaza su vida y las de sus hijos. Ninguna sociedad puede tenerse por cristiana si desoye el clamor de inocentes que necesitan ayuda. La tradición católica de poner los Belenes denuncia nuestras actitudes insolidarias e insensibles ante esta situación. Honramos en ellos a una familia pobre e inmigrante y cerramos nuestras puertas a las familias pobres e inmigrantes, para los que entrar en nuestros países es cuestión de vida o muerte.
La realidad de los inmigrantes nos interpela y llama a la conversión. Pidamos al Bendito Inmigrante que nos ayude a crecer en fraternidad solidaria.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
Arzobispo de Sevilla
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