«El paso de la Sagrada Entrada en Jerusalén nos enseña sencillez, amistad y perdón»
(Reproducimos a continuación la homilía de la solemne función en honor del Señor de la Sagrada Entrada en Jerusalén, pronunciada este sábado 2 de abril por N.H.D. Antonio Francisco Bohórquez Colombo, S.J.)
SENCILLEZ, AMISTAD Y PERDÓN, TRES ENSEÑANZAS QUE NOS REGALA “LA BORRIQUITA”
La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría.
Papa Francisco, Evangelii Gaudium 1
Quedan pocos días para ver por las calles de Sevilla el paso de “la borriquita”. El Señor de la Sagrada Entrada en Jerusalén procesionará de nuevo acompañado por los niños. Estos pequeños discípulos misioneros son imagen de la Iglesia en salida. Anuncian a los sevillanos que la Pascua del Señor está cerca, que en Jesús muerto y resucitado por Amor se cumplen las promesas hechas por Dios a Israel y que solo Él colma nuestros deseos y anhelos más profundos.
El paso de la Sagrada Entrada en Jerusalén nos enseña tres ayudas para nuestra vida cristiana: la sencillez, la amistad y el perdón.
El profeta Zacarías escribió: “¡Salta de gozo, Sión! ¡Alégrate, Jerusalén! Mira que viene tu rey, justo y triunfador, pobre y montado en un borrico, en un pollino de asna” (Zac 9, 9). La escena que contemplamos nos habla de la sencillez de la venida del Mesías. No viene subido a caballo ni acompañado por personas importantes. Al contrario, va acompañado por gente sencilla: sus discípulos, hombres de origen humilde, y unas cuantas mujeres y niños desconocidos. ¡Cuántas personas sencillas y anónimas hacen posible la misión de la Iglesia en nuestras hermandades y cofradías, en nuestras parroquias y Cáritas…! Al igual que las mujeres y niños de nuestro paso, echan sus mantos al suelo para que el Señor pueda pasar. Ser discípulos misioneros es poner sencillamente a los pies de Jesús nuestra vida para que Él se abra paso.
Igual que en otros momentos importantes de su vida, en nuestro paso Jesús está acompañado por los apóstoles Pedro, Santiago y Juan. El Señor se rodeó de buenos amigos. La amistad es esencial para el discípulo misionero. No podemos continuar la misión de Jesús solos. La amistad es un testimonio poderoso en un mundo individualista y enemistado y en el que las relaciones están gobernadas muchas veces por el interés. “A vosotros os llamo amigos” (Jn 15,15), nos dijo el Maestro. La amistad que nace de la fe es un testimonio fuerte de la presencia de Cristo Resucitado.
¿Qué niño sevillano no ha buscado a Zaqueo encaramado de la palmera de nuestro paso? Sevilla ve en él a un niño, sin embargo, sabemos por la Escritura que era “jefe de publicanos y rico” y que “trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura” (Lc 19, 2-3). Jesús al pasar le dice “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa” (Lc 19, 5). El Señor no ve el fraude cometido por Zaqueo, sino que se fija en quien desea verle. La reacción del recaudador de impuestos es inmediata, “él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento” (Lc 19, 6). Jesús ve en toda su profundidad a quien otros solo ven como un pecador y un corrupto. El perdón también está presente en nuestro paso, un perdón que provoca en Zaqueo una respuesta generosa: “mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más” (Lc 19, 8). El Señor de la Sagrada Entrada en Jerusalén nos dice a cada uno igual que a Zaqueo “hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19, 9-10).
La sencillez, la amistad y el perdón son la manera de vivir de quien entrega su vida hasta el final por Amor en la cruz. Le pedimos a Nuestra Madre del Socorro que nos ayude a ser siempre fieles a las llamadas del Señor y la escuchemos decirnos cada día “haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5).
Antonio Fco. Bohórquez Colombo, SJ
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